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SUEÑOS VII


El había conseguido un estupendo trabajo de camionero para “Barreiros” una empresa de transporte a nivel nacional. Ella mientras tanto había dejado el trabajo de cocinera y sacaba unos dinerillos extra vendiendo fruta por el pueblo, un entretenimiento más que una necesidad, ya que empezaba a entrar mucho dinero en esa casa. La felicidad y el paso de los años, hicieron que llegase lo que tenía que llegar, su primer vástago. Se quedo embarazada en uno de los muchos viajes en los que ella le acompañaba. Luis, sería el fruto del amor más profundo, el amor por encima de todas las cosas, de un amor sin condiciones, sin recelos. Ella cada vez necesitaba más de él, él cada vez menos de ella. Sería un veintidós de agosto de mil novecientos sesenta y ocho, cuando un perezoso pequeño, que se negaba a abandonar el vientre que le había hecho crecer durante nueve meses, asomaba su peluda cabeza. Llorón, colorado y rollizo. Por fin lo veía, por fin sabía como era, por fin podría besarlo y abrazarlo, por fin sus deseos de tantas y tantas noches se hicieron realidad. Había salido feo, con la cara colorada por lo fórceps que habían empleado los médicos para arrancarlo de dentro de ella. Pero eso no le importaba, era su joya, su tesoro. El sin embargo lo acogió con alegría, pero no desmedida, no le gustaban mucho los niños, era más de intentar tenerlos, pero no conseguirlo.

Al cabo de los días la casa antes vacía, se lleno de llantos, de noches en vela, y de no poder descansar. Cada tres horas, el pecho, cada poco tiempo, los pañales, después reclamo de chupete, el pequeño requería constante atención, pero eso a ella no le importaba, ya que por fin tenia alguien con quien hablar alguien a quien contarle sus más íntimos secretos a sabiendas de que nunca diría nada. A él su trabajo también le estaba reclamando cada día más atención. Curiosamente, cuanto más trabajaba últimamente, menos dinero traía a casa. No había nada “extraño” en ello, según decía él, ya que era época de crisis y el camión no daba como antaño

Sueños VI

Por fin llego el día. “El gran día”. La tradición dicta que mientras el novio espera impacientemente a la puesta de la iglesia, la novia (a veces pienso que lo hacen buscando la desesperación del novio) sale de la casa de sus padres ya totalmente vestida y andando, recorriendo prácticamente todo el pueblo, se llega hasta la iglesia. Las prisas claro está no eran las que marcaban ese momento.


Tras una hora y media de ceremonia llega el momento que todo futuro matrimonio, el si quiero y el “puede besar a la novia”. Ambos quisieron, sin dudas, sin temores, con firmeza, el beso sello su unión. Ya eran uno. Mientras corrían hacia el coche entre granos de arroz y pétalos de rosas, él le pregunto:

-¿Me quieres?
-Sin medida –respondió ella-


Era su primer momento a solas como matrimonio, bueno, con el fotógrafo, el chofer, los padres y los curiosos que se arremolinaban para ver el vestido de la novia. No paraban de cruzarse miradas cómplices había brillo en sus ojos, felicidad desbordante, entusiasmo y muchos sueños por delante que cumplir. Un hogar nuevo cuyos cimientos se basaban en el amor, el cariño y el respeto.

Llegaron al lugar de la comida. Los esfuerzos de los padres de ella por ahorrar y darle a su hija lo mejor en este día, hicieron que la comida se pudiese celebrar en un restaurante cercano. Cuando entraron en el salón abarrotado, aplausos y vítores no dejaban oír la música de fondo. Todos comieron como si fuese su primera comida en días. Se corto la tarta al más puro estilo tradicional, espada en ristre. Y por fin el baile. Había pasado tiempo desde aquel primer baile, hasta este. Sus manos se volvieron a entrelazar y los dos minutos que estuvieron bailando solos parecieron, de nuevo, una eternidad.

Esa noche ella perdió esa parte de sí que solo las mujeres de antes guardaban para su marido y que solo cuando eran marido y mujer, él le podía arrebatar, su virginidad. Cuando el se quedó dormido, ella se levantó, dio una vuelta por su nuevo hogar y mientras se fumaba un cigarro (solo en algunas ocasiones lo hacia), se sentó en el oscuro salón, escuchó el silencio y se dijo para sí misma, como si fuera un triste presagio:

-Cuantos días tendré que escuchar la soledad. Cuantas noches solo tendré mi calor. Cuantas horas la mesa, durante la comida, solo estará ocupada por mí.

Suenos V

Las bodas en aquel pueblo eran cuando menos curiosas. Por supuesto, todos los habitantes tenían conocimiento de la misma y pretendían ser participes en mayor o menor medida. Los meses previos a la misma generaban tensiones tanto en los novios, como en los familiares mas allegados. ¡Me gusta este vestido! Diría ella…¡ Caro, no nos llega! Diría el…¡Invitaremos a todos estos amigos míos! Decía el….¡Caro, no nos llega! Replicaba ella…Temas absurdos como con que flores decorar la iglesia, se convertían en debate popular y degeneraban en discusiones y debates hasta altas horas de la noche.

Un poco mas ajeno a todo ello, el padre de ella, le miraba a el con recelo.

Hay algo en el, que no me gusta –le comentaba a su mujer una y otra vez-
No te gusta que se lleve a tu ojito derecho, eso es lo que no te gusta –serenaba ella-
Me parece un vago, no tiene pinta de buena persona, no me mira a los ojos cuando me habla –insistía el-
Mira esposo, cuando tu hija le quiere, por algo será, algo habrá visto en el.
Lo sé pero…

La conversación se repetía constantemente, siempre el mismo comienzo de la misma, siempre el mismo final.

El día antes del enlace, se acerco a su hija, la envolvió entre sus fuertes brazos durante unos interminables segundos, le dio dos besos, y mirándola a los ojos le dijo:

Espero que sepa hacerte feliz hija mía, espero que no hayas tomado una decisión equivocada.

Ella fue a decir algo, pero rápidamente el levanto su mano tapando su boca.

Déjame hablar hija. Eres mi tesoro, mi primera hija, mi luz, no voy a permitir que nadie te apague. Sabes muy bien lo que opino de el, pero sabes muy bien también cuanto te quiero y solo deseo que, dentro de un tiempo, me mires a los ojos y me digas…Padre estabas equivocado le has juzgado mal. Ese, será el día más feliz de mi vida.

Luego sin dejar que ella le replicase volvió a darle otro abrazo, mas fuerte si cabe, se dio media vuelta y, sin que ella lo supiese, con lágrimas en los ojos dejo la habitación para llorar en soledad.

Sueños IV


Bailaron prácticamente toda la noche juntos charlaron. El la acompaño a casa, no hubo beso de despedida, tan siquiera lo intento, un hasta mañana basto por esa noche. Siete días, o mejor dicho, siete noches siguieron a esta. Algo se había iniciado.

Pronto el, estableció su domicilio en el pueblo. Había suficiente trabajo. Suficientes amigos. Tras sacarse el permiso para poder conducir camiones, comenzó a trabajar para una de las mas importantes empresas de transportes de por entonces.

Un día, ella recibió una carta de el, acompañada de una rosa negra:

Si quieres que te quiera yo, te quiero
Si quieres que te bese yo, te beso
Si quieres que me muera, por ti muero.

Fue su declaración de amor.


Porque extraña razón, cuando te enamoras de una persona, parece que solo te gusta a ti, pensaba ella al ver el rechazo que la presencia de el producía en su familia. Pero eso daba igual, trabajador, honrado, y la quería, no necesitaba mas.

Así se sucedieron los días, las semanas, los meses, hasta que por fin un día, en plena reunión familiar, el lo dijo:

Quiero casarme con su hija….

Aquellas palabras sonaron como cruel sentencia para sus padres. Estaba allí, invitado por ellos, y quería llevarse a su niña. El silencio se apoderó de la estancia durante unos largos segundos. Las miradas de ella y de su padre se cruzaron un instante, parecieron minutos. Ella, incluso, quiso entrever en los marrones ojos de su padre un brillo previo a una lágrima, lagrima que nunca calló. Secamente su padre espeto:

¿Y como piensas mantenerla? ¿De que pensáis vivir? ¿Dónde pensáis vivir?-Dijo con toda la fuerza que en ese momento le permitía su corazón.

Mire padre…

¡No me llames padre!-le corto el rápidamente- ¡yo no soy tu padre!

Disculpe, mire, yo he encontrado un buen trabajo de camionero, en una buena empresa, y ella va a empezar a trabajar en el hostal de la carretera, no creo que tengamos problemas. Respecto de la casa, hay una en la calle Mayor que esta en venta, la casa de…

Se que casa es-volvió a interrumpirle- se que casa es –dijo esta vez con un tono mucho mas calmado-.

En ese momento dando un par de pasos hacia el, le susurro al oído:

Te llevas a mi princesa, espero que la trates como a una Reina.

Sueños III

Ella era de mediana altura, corpulenta, pero no gruesa, delataba su cuerpo muchas horas de trabajo en el campo, en la casa, ayudando a sus padres a salir adelante en una pos-guerra dura, donde cada mano era necesaria para ayudar a llevar un trozo de pan a la mesa. Tez morena y curtida, su pelo moreno perfectamente cuidado a pesar de todo, y unos ojos llenos de vida, vidriosos, llenos de felicidad.

El solo un poco mas alto que ella, era un hombre duro, simpático, amable, bien parecido, y conocido por todos en el pueblo. A pesar de ser de fuera, rápido se hizo un hueco entre la gente del lugar, cafés, partidas de cartas, invitaciones, le hicieron un tipo popular.

Llegaron las fiestas del pueblo, muchos de nosotros recordamos como eran las fiestas de los pueblos antes, sus bailes, sus orquestas, y sus pequeñas atracciones, que por aquel entonces, dejaban a mas de uno la boca abierta, los caballitos eran una gran atracción. Pero la estrella de las fiestas era la orquesta. El baile, la noche envolvía ese momento, era el lugar y la oportunidad para muchos hombres de tener entre sus brazos a una mujer, sentir su piel suave, sus curvas, su olor.

Era el momento de vestir sus mejores galas, el vestido que te habías comprado (solo las mas pudientes) o que te habías hecho con unas cortinas (las mas), había que lucirlo en ese momento.

Y ahí estaban ellas. Sentadas en unas sillas, agrupadas, para que si se acercaba alguna fiera al acecho, pudiesen espantarla mejor en grupo que no por separado. Poco a poco ellos, galantemente iban sacándolas a bailar una por una. Antes de eso, ellos, claro esta, ya habían organizado su plan de ataque, como leones tras su presa. Ya solo quedaban ellos dos, ningún otro podía intentar bailar con ella, así lo había dispuesto él. Se cruzaban sus miradas, sus ojos miraban sin mirar, hablaban sin hablar. Por fin, él tomo la iniciativa, lentamente, sin apartar la vista de ella, se fue acercando, fumaba despacio, paso a paso:

¿Bailas?-Dijo el-
No, ¿no ves que no?-replico ella-

La cara de el antes ruda, con gesto seguro, cambio radicalmente, y casi tartamudeando, volvió a insistir:

Ya, si claro, pero, esto, digo, ¿que si bailas conmigo?

-Ella, dejando entrever una ligera sonrisa, volvió a replicar-¿Por qué?

Pues, no se, estas aquí sola y…
No estoy sola -le cortó rápidamente ella- he venido con mis amigas, ellas están bailando ahora.
Ya bueno, pero ahora estas sola ¿no?, aunque ellas estén ahí, bailando, con algunos de mis amigos por cierto, ahora mismo estas aquí sola, o quizá, estés esperando a alguien, ¿es eso tal vez?, esperas a algún… ¿hombre?

No, el hombre al que espero esta aun por llegar-aseveró ella con tono tajante-

Bueno, mientras esperas…podríamos bailar un poco, ¿no?

Está bien -dijo ella- solo uno

Sea pues, solo uno, -dijo el tirando el cigarrillo y cogiéndola de la mano-

Era la primera vez que se tocaban la primera vez que sentían el tacto de su piel, ella unas manos suaves, a pesar de las jornadas de trabajo, el pequeñas, pero fuertes, rudas, el trabajo en las vías, era duro.

SUEÑOS I


Ella era de mediana altura, corpulenta, pero no gruesa, delataba su cuerpo, muchas horas de trabajo en el campo, en la casa, ayudando a sus padres a salir adelante en una pos-guerra, dura, donde cada mano, era necesaria para ayudar a llevar un trozo de pan a la mesa. Tez morena, pero curtida, su pelo moreno, perfectamente cuidado a pesar de todo, y unos ojos llenos de vida, vidriosos, llenos de felicidad.

El, solo un poco mas alto que ella, era un hombre duro, curtido en las vías del tren, simpático, amable, bien parecido, y conocido por todos en el pueblo, a pesar de ser de fuera, rápido se hizo un hueco entre la gente del lugar, cafés, partidas de cartas, invitaciones, le hicieron un tipo popular.

El pueblo era pequeño, no una aldea, pero un pueblo pequeño, apenas mil quinientos habitantes. La ultima ampliación del mismo, había llevado además de nuevos habitantes (forasteros los llamaban), el citado tren. La fuente principal de ingresos, era sin lugar a dudas, lo que se sacaba del trabajo en el campo.

No hacia mucho el Ayuntamiento había decidido comprar tierras a los terratenientes del pueblo, hacer lotes de igual medida todos, y sorprendentemente repartirlas a pares entre todos los vecinos, como aun sobraron tierras, por cada niño que naciese, en vez de con un pan debajo del brazo, vendría con una parcela bajo el brazo, iniciativa sin parangón que claro esta, no hizo si no contribuir al crecimiento demográfico de la localidad.

Situado cercano al Río Ebro, junto al Canal Imperial de Aragón, y cercado por la vía del tren, hacían de sus tierras, principalmente de regadío, las mejores por su gran productividad, se cultivaban tomate, pimiento, espárragos, maíz, patatas y demás productos. No solo hubo una explosión demográfica sino también económica, tan necesaria en aquella época.

SUEÑOS


Dicen, que dos personas desnudas, en la misma cama, pueden soportar las más bajas temperaturas, el calor que desprenden sus cuerpos, son mas que suficientes para darse abrigo el uno al otro, y ahí estaba yo, con una de las mujeres más bellas del pueblo a mi lado, juntos, desnudos....

Mil novecientos setenta y cinco, febrero, un suave manto de nieve cubría las calles, había empezado a nevar no hacia mucho, hacia frío, pero estar a su lado me reconfortaba, una pequeña estufa calentaba la habitación, una habitación grande, para una casa grande.

Tres habitaciones, un salón, y una pequeña cocina, componían la parte de arriba de la casa, un salón enorme, otra habitación, una cocina un baño, y el garaje, eran las estancias de abajo. Fuertes pilares de hormigón sujetaban la casa, suelos de terrazo, de esos irrompibles por mucho que los aporreasen los niños, paredes lisas, forradas con un papel que llevaba en la época, pero que ahora, hace daño a la vista, mucha luz, y mucho amor, es lo poco que recuerdo de esa casa.

Por aquel entonces, tenia yo apenas unos meses, y en el regazo de mi madre, me sentía seguro amado, feliz. Era su segundo hijo, seis años, habían pasado desde que naciese el pequeño Luis. Aquel pequeño, que tantos problemas puso para salir de su tripa, quizá no quería, pero tras ocho insufribles horas de parto, y unos fórceps, finalmente se animó a salir.

Dos años antes, ella, se había casado, y seis meses atrás le conoció a “él”.